miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA MODA ME CONFUNDE



Estoy monísima, digo ranísima


Flashback de los tiempos legendarios, VIII

Estaba la Condottiera a lo suyo (mayormente royendo techos empotrada en un andamio), cuando sus compañeros de la RPA (Residencia Palaciega Adyacente) le comunicaron la próxima visita de la baronesa Thyssen. La de verdad. No es ningún nickname. (Ha, ha, ha, os tengo la cabeza loca entre mis desvaríos psicopáticos y el realismo mágico madrecarnetil. Ya no se sabe cuándo se me va la olla y cuando mis relatos son un fiel testimonio digno de ser atesorado pa los restos…)

Tampoco es que nos volviéramos locos, vamos, que cuando es el enésimo no-nickname que vemos desfilar ese mismo invierno, la cosa pierde mucha gracia. Y cuando una cosa pierde la gracia, hay que buscársela. Así que una tarde estaba la Fransu explicándonos las tendencias más clásicas de la moda gabacha. Junto con su inamovible principio de que donde hay que gastarse los cuartos es en las extremidades: zapatos, guantes, bolsos, etc. (me permito discrepar parcialmente), se explayaba sobre las opiniones de no sé qué modisto de alto copete de allén de los Pirineos (mejor dicho de allén de los Alpes), según el cual la elegancia en la mujer pasa por ir envuelta: su vestimenta ha de dar la sensación  de ser únicamente una sencilla cobertura en derredor (esto es, señoras: empaquetadas tenemos que ir. Ahora entiendo yo de dónde vienen los vestidos-fardo y los capisayos en rebujo ataos con una cuerda). Vamos, que si pillas un trapo mondo y lirondo y te lo lías alrededor, es como vas más propia. Un trapo bonito, si la ocasión lo requiere. Entonces mi compañera la Falsamagra echó un vistazo a su alrededor. “A que me pongo ese tapete para la visita de la Thyssen”. Yo no lo dudé un momento (menuda es la Falsamagra), pero la Fransu no se lo creyó. Si no recuerdo mal, se cruzaron apuestas.

Llegó el susodicho día. Por supuesto la Falsamagra se personó con el arrapiezo enrollado, cogido con imperdibles (era un arrapiezo con flecos entorchados y lo llevaba con mucho estilo, todo hay que decirlo). Maquillada a juego y sobre unos tacones de vértigo: impecable. Poca gente se dio cuenta de que la pieza estrella de su atuendo era uno de los dos tapetes de la mesa del comedor.

Nota al margen: hay que ver lo mal que da en cámara la Thyssen. (Qué esperabais, ¿un despelleje? Pues no. Gana mucho en vivo, la verdad.)



Se me vienen a la mente otros no-nicknames de la época. Ahora que lo pienso, la Condottiera tiene una foto suya dándole la mano al Rey y a la Reina (si, sí, Juan Carlos y Sofía. Lo sé, tanta simplicidad me es impropia. Ya sé que os tengo mal acostumbrados con mi verbo exhuberante: para compensar voy a hablar de mí misma en tercera persona). Pero eso es otra historia, y en ella hay poco que contar. Así como de la recepción en la Sala dei cento giorni, que lo que más recuerdo fue que la Condottiera y el Epigrafista se pusieron hasta las trancas de parmesano y salmón del bueno (¿he mencionado el hambre y la carestía?). No me preguntéis qué hacían dichos personajes allí, porque no tengo idea. Así que mejor lo dejamos así.




Futuros hijos míos:
1.- Lo único que me frenó es que dos tipas vestidas iguales iba a dar mucho el cante.
2.- Si me veis revolver en la caja de los trapos, temblad y esconded los imperdibles, estooo… vais a ver qué cosas más chulas voy a hacer.

2 comentarios:

  1. Jajaja. Me vuelves loca con tus historias... Y yo me decía surrealista. Me siento una mindundi... Yo no tengo tapetes en casa. Así voy por la vida, hecha una porquería con ropa normal y corriente. Besotes!!!

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  2. ¡Cuánto sabían nuestras abuelas! Tener la casa llena de tapetes es un básico de moda.

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