jueves, 5 de septiembre de 2013

LA FIESTA DEL LUGAR (y 2)


Partchú: despiporren en estado puro




Todo empezó con una de tantas citas célebres:

 Tienes que venir a la fiesta. Hay piscolabis, tamboriteros y una procesión y todo. MamiManitas y Madreconcarné paran el tráfico.” (DerBlaueReiter).

Gracias. Sabía que estábamos de buen ver, pero no me imaginaba que tanto.



 

Hubo barbacoa (y aquí tengo poco que añadir)

Hubo liguilla de fútbol, y ahí el Epigrafista lo dio todo, ganando su equipo a los de los pueblos colindantes. (Rabia, rabiña).

Hubo teatro: una divertida versión de cuentos infantiles representados por un rockero desubicado. Mención especial merece el zapato de cenicienta, una madreña rosa chicle, que por lo menos era del número 48, decorada con purpurina.

Hubo concurso de tortillas. Aquí quisiera hacer una llamada de atención e incendiar la blogosfera denunciando tongo del gordo. Debimos ganar nosotras: la Maestra, con su creación puramente tradicional, o yo, con mi rompedora tortilla de chorizo (hasta con crujiente de chorizo por encima, no os vayáis a pensar, que aquí hay nivel Maribel). No tuvo nada que ver con que se me pasara en la sartén y estuviera demasiado cuajada. Ni con su delicada textura, que recordaba levemente al cartón corrugado. Ni con el rechurruscamiento de su parte inferior (¡si no se veía, que para eso la volví!). Favoritismo, enjuague, y gusto estragado, eso es lo que hay. La Princesa Chicle no puede estar más de acuerdo, y ya ha programado varias manifestaciones y una acampada protesta.

Hubo tamboriteros y vestimentas tradicionales (hay que ver qué bien les queda la boina al Gitanorubio y a Dash). Dash fue muy elogiado por sus bailes tradicindiocosaquescos, lo que le hizo meditar sobre la conveniencia de volver a clases de gimnasia rítmica. Princesacaballobebé se entrevé como futura renovadora de danzas ancestrales. Como viene siendo tradición, nos vinieron a visitar a la misma puerta de casa por la mañana temprano, saliendo todos a bailar a la calle en pijama.

Hubo procesión con todo tipo de aditamentos tradicionales. No os digo más que vino una reportera para dejar constancia de todo. Las puras y cristalinas voces de la Maestra y la Madreconcarné, con sus delicados matices gatuperiosporaquí gatuperiosporallá, quedaron registradas para la posteridad, cual divas del belcanto-de-pueblo que somos (cuánto ha perdido el mundo desde que abandonamos los escenarios) (de verdad que no entiendo la hilaridad de los miembros masculinos del coro). Al Epigrafista-portante le hicieron más fotos que si fuera una vedette. El tráfico fue detenido. Las campanas sonaron. El paso se paseó, llevado sólo por mujeres (hay que ver cómo son las de mi pueblo). El ramo encabezaba el cortejo con prestancia, seguido por los faroles y el estandarte. El pendón se llevó por delante una ristra de banderines demasiado autónomos (un gesto simbólico que fue muy celebrado). Según nos dijeron, un día de estos salimos en la tele y todo.

Hubo verbena. Sobre este particular las opiniones son dispares. Todos estaban deseando. Concretamente los adultos acompañantes, que estaban deseando… no ir (entiéndanme: fiestear mola, pero las guardias fiesteras de 36 horas destrozan al más pintado). Tanto es así que las criaturas se avinieron a dormir siesta (con dispares resultados). Aún no eran las doce de la noche cuando nos encaminamos a la plaza, que estaba desierta (lo sé, somos de los que abrimos el chiringuito, penoso total). Pero todo tiene alguna ventaja: el banco fue nuestro todo el tiempo. Hasta que se hizo ambiente y llegó la gente, pasó casi media hora.
 
Esto es una verbena

Dash enseguida descubrió que no había tamboriteros. “La verbena no me gusta nada. La verbena es horrible. Yo quiero irme a casa. Nunca en mi vida volveré a una verbena.” (¡Ay Dash!, ¡Qué pena no haberlo grabado para ponértelo dentro de 10 años!). Tras intentar salir de allí, sin resultado, se colocó en postura de seguridad, emulando a los soldados supervivientes en medio hostil, o a los montañeros sorprendidos por la noche en plena ascensión (ya que de mayor quiere ser excursionista, bueno es ir entrenando la resistencia a la furia de los elementos) y, encogido sobre el banco, plegado sobre sí mismo, se balanceaba repitiendo: “me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir…” (mamá y papá: vacunación antiverbenas activada. De nada).

Y esto también es una verbena

Candace y Vaiolet, no lo reconocerán jamás, pero no les gustó la verbena. Ni con la plaza vacía ni con la plaza llena. Ni con música ni sin ella. Además concursaban en el reality “a ver quién es la más tiesa”, así que se limitaron a quedarse como estacas mirando a la concurrencia, preferentemente con las manos en los bolsillos. Ninguna de las dos movió un pie. “Estás loca, Tíacarné”, dijo Candace. Eso, cacho seta, estoy bailando en una verbena llena de gente bailando y la loca soy yo.

Menos mal que Princesacaballobebé iba a lo que iba. Se marcó unas coreografías de propia cosecha, que no había más que ver. Entre Flashdance y ballet clásico. Costaba trabajo seguirla. Por fin algo de coherencia, cáspita.

  


Futuros hijos míos: al año que viene vuelve a haber fiesta… asomad la patita por debajo de la puerta…



4 comentarios:

  1. Las verbenas tienen ese saborcillo autóctono que te hacen disfrutar aunque no quieras... La de risas que se echa uno. Besotes!!!

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    1. Y que lo digas. Yo fui una gran fan de las fiestas de los pueblos. Bueno, yo no, Palas Atenea.

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  2. Los de Chiribitiltullido no fuimos, como se aprecia en el acertado relato de la Madreconcarné. Nos encontrábamos a bastantes cientos de kilómetros... ¡pero también fuimos a una verbena!
    Mucho mejor, qué te piensas: la nuestra tenía música en directo de DOS orquestas (con DOS escenarios, por evidente que pudiera parecer), con fuegos artificiales sobre la Ría (no, en ese pueblo no había río, había Ría, lo del Ministerio de Igualdad ha echo estragos, oye), montañas de costillas a la parrilla y puestos de mercadillo hasta perder el sentido.
    También empezaba a las doce y también les dijimos a los niños que si dormían siesta podrían ir... no ya con dispares resultados, más bien con ningún resultado. Ahijada cayó dormida a las 11:30 y Güeroman, en cuanto nos despistamos mirando cosas en un puesto del mercadillo, se sentó en la silla que tenía para descansar el dueño de dicho puesto y se quedó dormido.
    Aún así conseguimos llegar con los durmientes hasta el lugar de la parrilla, donde conseguimos sitio en un banco sin respaldo ante una larguísima mesa plastificada. Güeroman acomodó el culo en el banco y la cabeza en la mesa y así siguió durmiendo mientras dábamos cuenta de la comida los pocos que quedábamos despiertos. Todo iba como la seda, la comida estaba buena, la cerveza era cara, la música era horrorosa y aún faltaban 30 minutos para los fuegos artificiales. Los despiertos comíamos como si nos nos diesen de comer en casa y los dormidos como si se encontrasen en el mismo cielo, a pesar de que desde los escenarios los de las orquestas se empeñaban en hacernos creer que lo que estaban haciendo no era un crimen contra la humanidad. De repente Güeroman se incorporó, pestañeó repetidamente, se estiró y debió de pensar que se encontraba en cualquier silla de casa o a los pies de su cama, pues a continuación se dejó caer hacia atrás tranquilamente.

    ¿He mencionado ya que el banco era sin respaldo?

    Dejémoslo en que eso le sirvió para llegar despierto hasta los fuegos artificiales.

    TB

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    1. Pues no creo que os divirtierais nada... una fiesta sin ponerles boinas y refajo a los críos, ni es fiesta ni es ná.
      Seguro que lo pasásteis fatal (costillas, fuegos artificiales, críos que no dan guerra...), se nota mucho, no disimules.

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