jueves, 19 de junio de 2014

LAS CANCIONES DE NUESTRA VIDA




Yo sé que generalmente circula por nuestras mentes una edulcorada e idílica versión de lo que fueron nuestros juegos infantiles, con sus sencillos juguetes, su emblemático top ten  sota/caballo/rey, que mutaba al pasar de modas y estaciones, y las animadas tonadillas que acompañaban tan plácidas actividades, amenidades todas que en nuestro imaginario rozan en su conjunto la cima de lo paradisíaco-bucólico-pastoril.

Las narices.
Una chufa todo.
Yo, la Madre con carné, les voy a revelar la cruel y descarnada verdad (ahí, ahí, animando al personal).



Era una sosura. Admitámoslo

Jugando a burro. Qué más hay que añadir.

 
La ruda verdad es que pasamos frío. Yo, mucho. Jugábamos en un patio de cemento con nuestras piernecitas expuestas al gélido aire invernal y a las múltiples y agudas aristas de un pavimento diseñado por algún avezado aprendiz de torturador en sus ratos de asueto. El suelo de los columpios –ah, penetrantes esquinas de puro hierro soldado clavándose en las canillas, ah desmesurados eslabones metálicos pillando las manos, cuánto os añoro-, por el contrario, era de guijarros grandes como puños, en montonera. Excepto el socavón de debajo del mismo columpio, que lucía permafrost en estado puro o fango chocolatoso, de acuerdo con la climatología reinante. Todo era de un elegante tono portland-marrón suciete. Con razón la Princesa Caradefresa dice que antes las cosas eran sólo grises, que sí, que lo ha visto ella. Mucho me reí al oírlo, pero me está resultando más certera que la Sibila.


 


Y encima se le parece
       
Así como también es cierto que no nos importaba demasiado (ser unas malas bestias, es lo que tiene) y que éramos felices e inconscientes como perros callejeros. Lo de ser capaces de jugar horas e incluso días enteros con una simple cuerda o con un trozo de goma nos honra como generación. Todavía es el día de hoy que rápidamente soy capaz de ver las inmensas posibilidades que encierra un montón de cajas vacías (el que tenga tiempo, o ganas, de hacerlo, es harina de otro costal).

Pero no, amigos, no me van a convencer. Que no. Que tengo pruebas. Aquí. En mi memoria.
La reciente llegada de las combas y el buen tiempo, me ha hecho evocar con horror los espantos que entonábamos con total despreocupación. Tengo recuerdos de canciones sobre puntapiés bien atizados sin ton ni son (toma violencia gratuita), de gatos despellejados así porque sí (viva la sociedad protectora de animales), de perspectivas casaderas a las más cortas edades (labrarse un futuro propio es de pringadas), de tareas tan absurdamente estereotipadas que ya entonces daba grima (¡feministas a mí!), y de incongruencia extrema (como dice Moe, cosas raras porque sí). Pero la que se lleva la palma en absoluto, es esta:

Don Melitón, mató a su mujer
la hizo pedacitos, la puso en un sartén
y por la calle olía, a carne humana frita
olía a la mujer, de Don Melitón.

Sus prometo que en mi cole se cantaba como si tal cosa. A mí es que se me ponen los chacras del revés.



 
En algún sitio leí que el éxito maricastañesco “Ambo ató” era una versión deteriorada de “J´ai un beau chateau” (Holaaaa “maibonilasoverdeosaaaa” ¿te suena de algo?), pero a ver quién es el guapo que desentraña el hit de los tiempos de La Maestra:

Alirón plisé
quien era tu papa y sé
manda la narra y sé
pida el comanda y sé
chutis
ma y sé
la mamá de Fufurrel
fuera está usted.

Aunque tengo algún que otro galardón (autoautoasignado) en el desentrañado de dialectos ininteligibles, con esto no puedo más allá del alirón (all iron; cuando se escribía en una veta recién hallada, los mineros se ponían como locos porque cobraban un plus). Porqué se asocia a una técnica textil tan viejuna como el plisé, puedo entender que guarda relación con el planchado a base de utillaje pretérito, aunque La Maestra discrepa, remontando su origen a una corrupción del asimismo anglófono please. Pero todo en su conjunto, incluyendo la búsqueda pseudogenealógica y el baile chulapón, es un misterio para mí (¿no se sabe quién fue el inventor del plisado a plancha? ¿Queremos un sobresueldo, please? ¿Se bailó en la aldea gala una versión local del chotis? ¿Quién es Fufurrel y qué pinta su madre en este embrollo?). Prefiero no opinar. Pero ustedes no se corten.





Hijas mías:

1.- Quizás esto explique muchas cosas. Por ejemplo el deterioro neuronal precoz, o los desvaríos psicopáticos fluctuantes de vuestra madre. Habría que analizarlo. O mejor no.

2.- Netamente vamos a mejor. No os preocupéis.





2 comentarios:

  1. La verdad es que, visto así, no sé qué es lo que quema más las neuronas. Jajajaja. Besotes.

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    1. Lo que más quema las neuronas es dar a la comba en un bucle sin fin.

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