domingo, 8 de septiembre de 2013

ACHOR ESTORI



Las gaviotas-pavo de las Islas Cíes

achor estori o una storia picoletta.
 Que no une petite histoire (los gabachos y sus nuances…)


No picoleta...


...sino picoletta

Retransmitida por una reportera de lujo: la Princesa Chicle (agradecimientos y demás).

         Estaba la Princesa Chicle y sus amigas (las chuches, supongo) tan ricamente en una de las muchas y excelentes playas de las islas Cíes un soleado día de agosto. Ya les habían avisado que, por lo que respecta al condumio, debían guardar serias precauciones, por las gaviotas del lugar, muy resabiadas ellas, tan acostumbradas al turisteo circundante que fácilmente pasaban de amigables a invasoras. “No será para tanto”, pensó para sí nuestra heroína (mientras empaquetaba los bocatas con tres vueltas de acero laminado y cerraba la bolsa con remaches de hierro fundido).
         Llegaron a la playa, pertrechadas de las armas y bagajes que son del caso, y observaron un cartel: “Prohibido atacar a los animales”. “Hay que ver lo agresiva que es la gente en vacaciones”, pensó entre sí la Princesa Chicle (mientras establecía el campamento, un recinto dotado de varios parapetos con foso).
Extendidas sobre la mullida arena, nuestras protagonistas se solazaban como es debido y de rigor. A su alrededor, otros acantonamientos similares. Y hete aquí que uno de ellos estaba descuidado, abandonado a su suerte por sus propias mesnadas, los célebres bañistas desertores. Poco a poco, fueron haciendo su aparición las gaviotas: unos enormes bichos entre pavo y avestruz paticorta, que casi daban miedo. Una tras otra, se acercaban cada vez más. Pronto quedó claro que se habían fijado un objetivo: comida. Trataron de espantarlas, gritarles, agitar los brazos, perseguirlas, cantarles por soleares. Como único resultado los empecinados bichos retrocedían dos o tres pasos en el mejor de los casos, para volverlos a recuperar en cuanto te habías dado la vuelta: el terreno ganado crecía más y más, y no había modo de hacerlas cejar en su empeño, una vez fijado su objetivo. Cuando lo estimaron oportuno (sospechamos que hubo voz de “al ataque”), saltaron sobre la bolsa de las viandas inmisericordemente. Hubo devastación, destrozo y vandalismo, y se llevaron volando cuanto estimaron oportuno, que fue mayormente casi todo, dando buena cuenta de ello lejos de la escena del delito, no sin regalarles con tan horrendas escenas de litigio y saqueo que ni la invasión napoleónica (sí, sí que hubo orden de ataque, algo así como alonsanfansdelapatgí!!!).
Horrorizadas por la ajena tragedia, nuestras protagonistas, mujeres de recursos, camuflaron hábilmente su propio sustento y se juramentaron para no abandonar completamente sus reales, estableciendo rigurosos turnos de baño.
Llegada que fue la hora manducatoria, la bolsa de la pitanza se puso de manifiesto. Y los bocatas, otrora sepultados bajo apariencia de cualesquier otro inocente y poco nutricio elemento, vieron la luz. Y las gaviotas lo advirtieron. Y el asedio dio inicio.
Rodeadas por huestes enemigas en lenta aproximación, nuestras heroínas se nutrían ante un ornitomuro expectante, temiendo un ataque sorpresivo, atentas a la emisión de cualesquier voz de ataque. Ni que decir tiene que dicha situación no es la más cómoda del mundo, pero nuestras heroínas sostenían el sitio con firmeza. El cerco se estrechaba. Entonces la solución vino, de manos de la Princesa Chicle, bajo forma de… melocotón.
En una hábil maniobra, que quedará registrada en los anales como jugada maestra de la poliorcética, la Princesa Chicle sacó un melocotón de la bolsa con la saludable intención de trapiñárselo enterito, le pesase a quien le pesase, y dándosele una higa de milicias enemigas, espectadores aviares o cualesquiera otros elementos disturbadores. A la vista de tan terrible arma, las palmípedas retrocedieron un paso. Los dientes se hundieron en la fruta. Otro paso atrás. Una y otra vez el melocotón fue despedazado, esparciendo su embriagador aroma, manando jugosidad intrínseca. Las hordas enemigas, confundidas y espantadas ante tan potente arma, huyeron en desbandada general graznando de terror. Albricias y victoria.
Eso son armas de destrucción masiva y lo demás tonterías.



Ùltimas noticias: hemos mandado a nuestros reporteros desde Chiribitiltullido a las islas Cíes para hacer el seguimiento (es que lo damos todo por nuestros lectores). Tom Bombadil nos informa de que a última hora de la tarde las lugareñas añudas (quizás también sañudas, a simple vista no se aprecia), salen a pasear, siguiendo una tradición de alta raigambre denominada “hacer la ruta del colesterol”. Dichas señoras transitan por la playa con cierta cadencia bamboleante, a uno y otro lado, seguidas por las gaviotas… con la misma cadencia bamboleante. Exactamente la misma. Cómo pudiste no grabarlo en video, Tom. Un profesional como tú.

(Hay que ver lo extendida que está la costumbre de hacer la ruta del colesterol, hasta los ayuntamientos han habilitado recorridos ad hoc. Seguramente se podría recorrer toda la Península pasando de una a otra ruta del colesterol, del mismo modo que en tiempos protohistóricos una ardilla podía hacerlo saltando de árbol en árbol.)

 
Futuros hijos míos: de todo se puede sacar una lección y la de hoy es esta: nunca vayas a la playa sin melocotones. Una nueva máxima que procuraremos observar en adelante.



2 comentarios:

  1. Es que no tuve suficientes "melocotones" para grabar a las señoras paseando junto con las gaviotas... (cuando te miran atravesao las señoras, tiemblan las naciones)

    Nota: en las Islas Cíes no hay lugareños, más que nada porque allí vivir, lo que se dice vivir, viven pocos o ninguno. Algunos más viven en la Isla de Ons. Pero la estampa de "señora y gaviota paseantes bamboleándose al mismo ritmo al atardecer" se puede observar en todo su esplendor en cualquiera de las Rías Bajas.


    Un saludo

    TB

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  2. Confirmado: también son sañudas.
    Gracias Tom, devolvemos la conexión a estudios centrales.

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