lunes, 5 de agosto de 2013

Y YO CAÍ, ENAMORADO DE LA MODA JUVENIL



Querida familia y espectadores todos: lo sé, hoy voy disfrazada.

Más de lo normal, quiero decir.

Os recuerdo que soy plenamente consciente de ello y me la refanfinfla (esta es la palabra hábilmente eludida por la cajera en episodios anteriores de esta misma temporada). Pero he de reconocer que esta mañana cuando salí de casa a horas intempestivas venía reflexionando por el camino sobre mi atuendo. La falta de sueño es lo que tiene.

Esto es: pantalón efecto culocaído (único ejemplar que me cabe sin apreturas, actualmente) con los bolsillos repletos a más no poder, lo que acentúa el susodicho efecto, todo ello al más puro estilo “alforjas del tío Leoncio” (la Maestra dixit); camiseta de tirantes, barriguera (por algún motivo pensé que me disimularía la barriga, siendo todo lo contrario); maxi colgante de metal plateado modelo lechuza articulada (Eminen palidecería de envidia); macroanillo de mercado verdulero (¿existe otra bisutería?) con cabujón de gema facetada elaborada en el más delicado… plástico (nota al margen: mi capacidad para teclear a toda mecha adobada con uno o más anillos inconmensurables aún no ha sido medida por la ciencia, y soy consciente de que en la Ofi me miran raro y murmuran por lo bajinis); gorra de visera achatada, con forro pseudoleopardado en blanco y negro venido a menos (el mes pasado me llamaron Che Guevara: debió servirme de aviso, pero hice el caso más omiso que me fue posible); pelo enmarañado y trabado de cualquier manera con una pinza (¿he mencionado que me puse las puntas del pelo rojas? “Como Brave”. Gracias Vaiolet); gafas de sol pseudoespejiles y maxibolso zarrapastroso (rabiad, itgirls del mundo mundial, que se me da una higa de vuestras renovadas tendencias).

 
Poco me falta

Todo rigurosamente a juego, of course, que una puede ir caracterizada de lo que fuera o fuese, y se provee en los mercadillos callejeros más exclusivos, sección tres por uno, pero que haga pendant, por amor de Dior.

¿Que de qué voy disfrazada? Pues de rapero-filósofo, obviamente. Hará furor los próximos carnavales.

Asín que de tal guisa me hallo, y como es propio de mi atuendo me ha dado por pensar, pensar cuánto y cómo se ha trocado mi naturaleza originaria.

Yo era tímida. Sí estimado público, suena inverosímil, pero es así. Es más. No es que fuera tímida. Es que estaba enferma, prácticamente inmovilizada por el retraimiento más atroz y sañudo.
¿Que no? Pues vayan un par de ejemplos:

Evitaba habitualmente pasar por delante de una parada de autobús con gente esperando, porque dicha gente, que obviamente no tenía nada más que hacer que mirar a los viandantes (si, futuros hijos míos, hubo una época sin Internet en los móviles, e incluso sin móviles, quién lo pudiera imaginar), dicha gente digo, me miraría a mí, a la sazón viandante como la que más.

No era capaz de quitarme la chaqueta en una sala con varias personas: antes que llamar la atención sobre mi persona, prefería morir de asfixia y deshidratación. Recuerdo particularmente un caso en julio, habitación cerrada y 40 grados a la sombra. Chaqueta de lana manga larga cerrada al cuello.

Así que sí, parecía una trastornada, maldita timidez.

Y no, la verdadera timidez no es encantadora. La timidez encantadora es mayormente treta y fingimiento. La verdadera timidez es el agarrotamiento y la nada juntamente.

 
Timidez encantadora: y una leche

Auténtico sino del tímido auténtico


Poco a poco se fue abriendo en mi perturbada mente adolescente la conciencia de que había de reducir el umbral de retraimiento, so pena de una vida entera sumida en la cotidiana poquedad, el empacho endémico y el desaliento crónico (quizás lo formulé con otras palabras). Para que luego digan que las adolescentes no tienen nada de provecho en la cabeza. Así que yo misma, con mi mismo mecanismo y las pocas entendederas que me venían de serie, me impuse una serie de ejercicios a realizar. Tales como entrar en una tienda y pedir que me sacaran un par de cosas (sin comprar luego nada de nada, se entiende), o pasar trotando airosamente ante las hordas prestas a asaltar el transporte público. Los recados que me encomendaba mi madre ayudaron mucho en este cometido: esas esperas, en salas de espera llenas de gente esperando todo lo esperable y por esperar, que no tenían nada que hacer nada más que mirar a los demás esperantes; esas gestiones ventanilleras, solicitando lo que tocaba, o lo que no se sabía si tocaba o no, o lo que estoy casi segura de que no toca, pero aquí me han mandado; esa diversidad nomequedaotra en la uniformidad uniforme de un mundo uniformemente uniformado…Y funcionó. No se confundan, seguí siendo tímida, pero al menos no me quedaba petrificada cual bíblica estatua de sal.


Vaya si funcionó. Quizás se me fue la mano. Me dí cuenta de golpe y porrazo un día, muchos años después. La escena fue así: me hallo (estado Palas Atenea) en una cafetería, subida en la silla, cantando, rodeada de mis amigos, que me observan atónitos. (En mi defensa he de decir que lo hice para ilustrar cuán grotescas me resultan las pelis musicales, en las que los personajes pasan de la conversación a la canción en cualquier contexto y sin solución de continuidad).




Futuros hijos míos:

1.- Si sois vergonzosos las vais a pasar canutas yendo con vuestra madre por la calle. Eso sí, se os va a curar la vergüenza. A hachazos, pero se os va a curar.

2.- Vuestra madre tiene remedios de psicología de kiosko para casi todo. Probeticos míos.


2 comentarios:

  1. Jajaja. Oye, pues está muy bien eso... Tengo una amiga que de pequeña era de lo más tímida. Iba por la calle mirando al suelo porque le daba vergüenza que la gente la viese. También ella hizo de tripas corazón y hoy sigue siendo tímida (nunca la he visto encima de una silla cantando, pero todo se andará) pero ya no se esconde.
    Tendría que echar mano de tus consejos kioskeros para superar mi trauma a salir sola de noche a a la calle. ¿Sugerencias?

    Besotes!!!

    ResponderEliminar
  2. Os lo tengo dicho, que lo de ver demasiadas películas de miedo suele acabar con terrores nocturnos y pegando brincos del susto cada vez que cruza un gato callejero...

    Igual es cosa de irse acostumbrando a la oscuridad de a poquitos. Prueba a salir a oscuras a la escalera del bloque, al día siguiente hasta el portal, al día siguiente a asomar nada más la cabeza... En una semana estás haciendo footing por la Calle Mayor a las tres de la mañana. Desmayada de sueño, eso sí, pero el estado de duermevela, con la inconsciencia que conlleva, también ayuda. La inconsciencia está poco valorada en nuestros días.

    ResponderEliminar