jueves, 20 de junio de 2013

COMPRENDA USTED A SUS HIJOS: un curso completo en sólo dos prácticas lecciones.


Flashback de los tiempos legendarios III

No pensaba yo remontarme tanto. Consideré inicialmente que los tiempos legendarios abarcaban mayormente las andanzas de la protoMadreconcarné, como mujer de mundo que es, por su cuenta y riesgo. Pero hete aquí que la memoria es voluble, y los recuerdos de la infancia bastante aprovechables, en cuanto se refieren a lo que sucede al otro lado (los ahora padres entonces eran hijos, e incluso niños por más señas), y por tanto, útiles para la crianza. Así que para este estado mutante inicial utilizaremos la identidad madrecarnetil Cactusafro.

Una cosa así, pero con el pelo a lo afro.

 En general cualquier progenitor utiliza los recuerdos infantiles casi exclusivamente para poner en evidencia a los propios polluelos sus veleidades antojadizas, y quedar como los padres más mejores que nunca hubo en el  UniversoMundo. Esta sería mismamente la menda:
- “¡Muchos juguetes tienes tú!, que yo sólo tenía lo que me traían los Reyes una vez al año ¡y no podía pedir más que uno!” (Así es: tal era la máxima para el real pedido en casaCactusafro. Casi llegué a pensar que mis muñecas eran los Inmortales)
- “Mira que escupir el yogur… A mí solamente me daban un yogur para el postre de los domingos, ¡y natural!, que sólo caté el yogur de fresa una vez, por portarme bien cuando me pusieron aquella tanda de 30 inyecciones” (inyecciones gracias a las cuales conservo todas mis anginas, también hay que decirlo).
Todo esto me lo voy anotando cuidadosamente en mis apuntes de madre según se me va ocurriendo, para tener repertorio llegada la ocasión. Así se me impuso a la entrega del carné, tras severas recomendaciones (tuve que firmar un compromiso, por triplicado y jurarlo en klingon), y si no lo hiciera, seguramente los planetas no llegarían a alinearse jamás (no olvidarse que el Big Brother vigila el Internete en general y los blogs de madres esquizoides en particular). Señores astrónomos, ya que estamos: ¿qué hay de lo mío?


Ahora bien, no estaría mal echar un poco la vista atrás con la finalidad de comprender (un poooco, tampoco vamos a exagerar) lo que podría pasar por la mente de nuestros queridos retoños. Mismamente las referidas frases recriminatorias les tienen que sonar a “una guerra tenías que haber pasado tú” o a “yo no salí de casa hasta que me casé”. Cada uno que busque su equivalente y recuerde lo que entonces pensó.

A continuación dos episodios ilustrativos.

1)          Primero, desde el punto de vista infantil.
Estaba Cactusafro tranquilamente en la salita de su casa a la tierna edad de tres años. No se sabe cómo, tenía unas tijeras en la mano. Recuerdo perfectamente mover los deditos dentro de las anillas y ver cómo se movían las tijeras, con un ligerísimo chirrido bastante fascinador. Así estuve un rato hasta que un pensamiento, como un rayo, me sacó de mi trance. A esas alturas yo ya sabía que las tijeras eran para cortar: pues nada, a cortar se ha dicho. ¿Qué hay por los alrededores susceptible de ser cortado y al alcance de mi corta estatura? Las cortinas, mismamente, que si van de techo a suelo, seguramente es para que mis tijeras y yo tengamos acceso incontrolado a ellas. Así que me apliqué concienzudamente en coger un pellizco entre los deditos y cortarlo lentamente. Era una tela sintética, de hilos gordos, y al seductor chirrido propio de las tijeras se unió un crujido subyugante, hipnótico, arrebatador: los gruesos hilos seccionándose en todo su sintético rechinar. De verdad que lo recuerdo como si fuera ayer. Era lo más prestoso del mundo. Así que cogí otro pellizco y de nuevo ccrrggsssss, y otro, y otro más.
En estas estamos cuando irrumpe la Maestra en la salita. Hay que recordar que yo tenía tres años, y ninguna conciencia del mal. Ninguna. Pero nada de nada. Tanto es así que me volví hacia mi madre balbuceando. Yo le quería comunicar mi gozo y deseaba que se uniese a mí en tan placentera actividad, porque, utilizando mi lógica de tres años, lo que es estupendo en sí, en compañía de mi madre tenía que ser mucho más estupendo, así que alcé mis manitas hacia ella. Ni que decir tiene que se abalanzó sobre mí y me sacudió de lo lindo, no sin quitarme las tijeras con tal violencia que casi me arranca los dedos. Yo no entendía nada. Os prometo que para mí fue un shock (de hecho este es mi primer recuerdo en absoluto, y tengo perfectamente presente lo que sentí, a los tres años, así que sí, debió ser un shock). Estuve castigada ni me acuerdo cuánto. Las susodichas cortinas lucieron unos más que evidentes zurcidos durante años (hay que reconocer que con semejante tela no se pudo hacer más).
Ya con el dominio lingüístico propio de la adultez, he intentado varias veces explicarle a la Maestra porqué lo hice, lo que quise decirle cuando me volví hacia ella, el golpe emocional. En vano. No sólo no acepta explicaciones, sino que me manda a freír espárragos con cajas destempladas y mirándome como a un bicho raro.

2)          Vamos a verlo desde el lado contrario.
Visualícese la siguiente situación: en lo más crudo del crudo invierno de Yojanistad, el Epigrafista niño (a diferencia de la Madreconcarné el Epigrafista siempre ha sido Epigrafista desde su más tierna infancia) se halla a la puerta de su casa, por la parte de la calle, de buena mañana, a punto de salir para el colegio. Está algo agachado, pues tiene la lengua… pegada a la congelada llave que está inserta en la cerradura. Llora y grita porque no se puede despegar.
Así se lo encontró su madre. Ante tan pintoresca estampa, cualquier progenitor del mundo mundial, lo primero que dice es: “¿Pero cómo se te ha ocurrido lamer la llave de la puerta?” Pues yo os lo voy a revelar. Yo, la Madreconcarné, tengo la respuesta. ¿Recordáis todas esas situaciones absurdas, increíbles, surrealistas, en que os encontráis a vuestros retoños haciendo algo absurdo, increíble, surrealista? Pues esta es la explicación.
Cuenta el Epigrafista (también él lo recuerda con nitidez), que salió de casa. Fuera estaba nevado y hacía frío, mucho frío. Miró la llave. La llave era plateada y tenía un brillo inusitado. La tocó. Estaba fría, muy fría. Pensó: ¿cómo sería lamerla?
Eso es todo. No hay razones insondables. No hay inspiraciones alienígenas. No hay acicates del averno. Cómo sería lamerla, y no hay más.


Moraleja de la historia 1: no digo yo que hay que evitar los shocks emocionales a toda costa. No. En mi caso, este episodio y el de los caramelos del sexto cumpleaños (sii, siii, es otra historia y ya será contada en otra ocasión, que se me está haciendo tarde), hicieron de mí la mala bestia que soy desde una edad muy temprana. Pero un poco más de comprensión no hubiera estado mal, al menos cuando ya era capaz de expresarme correctamente.

Moraleja de la historia 2: Por fin, un misterio desvelado. Lo malo es que ahora tenemos certeza de la existencia de una vaciedad rectora en la mente de nuestros tiernos trasuntos que antes solamente sospechábamos. A veces la felicidad está en la ignorancia.



Futuros hijos míos:

1.- No os confundáis: si se os ocurre cortar las cortinas de casa con unas tijeras (o con lo que sea), de unas collejas sabiamente distribuidas no os libra nadie. Pero es que además las voy a poner, rotas y todo, en la ventana de vuestro cuarto cuando vengan vuestros amigos a casa, las voy a poner en la sala cuando celebremos vuestro cumpleaños, las voy a poner en casalaMaestra en las reuniones familiares, y las voy a poner en el convite el día de vuestra Primera Comunión (ya sabéis que a mí las convenciones sociales me la refanfinflan). Cuando ya estéis suficientemente escarnecidos, serán reconvertidas en algún aditamento para la casa o para vestir.

2.- La creatividad punitiva de vuestra madre es un superpoder que no conviene poner a prueba.

3.- Como en el relato no se explica, os lo voy a explicar yo: si chupáis una cosa congelada, se os quedará la lengua pegada a ella, lo cual es malo y hace pupa. Es una ley de la física muy importante (creo que la tercera o la cuarta, justo después de la conservación de la energía y la impenetrabilidad de la materia). Esto sirve para todas las cosas existentes, menos para los helados (sobre todo los helados güenos  hechos por vuestra madre. Esos no se pegan, sino que se matan). Tampoco es buena idea tocar una cosa congelada con las manos húmedas, porque igualmente se os quedará la piel pegada como si el agua fuera cianoacrilato. Yo sé que todos los hijos tienen una natural desconfianza respecto de lo que les dicen sus padres. En vosotros está el creerme o no.

4.- No hace falta trocear las cortinas y lamer las cerraduras para demostrarnos afinidad. Bien está querer salir a los tuyos, pero eso es excesivo. Preferimos besos y abrazos a discreción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario