lunes, 8 de julio de 2013

PANEGÍRICO GASTRONÓMICO IBÉRICO O TRATADO SOBRE CÓMO COCER CORRECTAMENTE LA PASTA.

 Partguan: Giovanni, la pasta

Mucho me temo que con esta introducción voy a generar polémica, y que la totalidad de mis amigos italianos me retirarán la palabra de por vida. La supremacía mundial (qué digo mundial, universal y estratosférica) de cualquier producto que haya surgido, (aunque sea espontáneamente al borde de un reguero infecto) de su bienquisto suelo, o se derive de alguna de sus tradiciones, (ya demostrada, ya perteneciente al acervo legendario) es dogma incuestionable más allá de los Alpes. Desde que los cruzó Aníbal con los elefantes o incluso antes, me temo. Pero es que la Madreconcarné es medio kamikaze. Tiene tanta diplomacia como una apisonadora sin frenos. Qué le vamos a hacer. Sono fatta così, belli miei.

Vaya por delante que tengo muy desmitificada la gastronomía italiana. Entiendo que a los estadounidenses o a los británicos les fascine, e incluso que Jamie Oliver haya hecho cienes y cienes de programas sobre la misma, porque lo de la comida (me niego a llamarlo gastronomía y no sé si alcanza el nivel de cocina) por aquellos lares es tan … accesorio (vamos a dejarlo así), que todo lo que conlleve graduar el fuego y utilizar cuatro o cinco utensilios distintos les tiene que parecer sofisticación pura a los hijos del Ruayammuní.

Pero en un país como el nuestro… vamos, no me voy a extender sobre la calidad y variedad de las materias primas (un “poquitín” más allá de harina, harina, más harina y unas fracciones infinitesimales de alguna verdura, principalmente tomate estripao), que además la cocina tradicional española no es monotemática, que la escasez de medios de las sociedades tradicionales fue superada con el ingenio propio de la idiosincrasia patria, que se abarcan todos los grupos de alimentos de un modo mucho más equilibrado, etc. Al contrario. No diré nada de la parquedad de los sughi per la pasta, ni siquiera mencionaré la escasez de fruti-verdulerías en itálicas latitudes, (trúncase en carestía atroz, casi inexistencia, cuando se trata de carnicerías y pescaderías). Que quede claro que ni siquiera apunto nada de todo eso, praetermito completamente, cual Cicerón. Comparaciones son odiosas.

Comprobado tengo que al indígena ibérico medio se le vienen abajo los palos del sombrajo italogastronómico cuando toma conocimiento del mismo sobre el terreno. No, no me refiero turísticamente, que tendría cierta justificación. Un par de meses a base de pasta un día sí y otro también (y que tampoco es raro lo de pasta para comer y pasta para cenar), y ya me dicen.
 
Un poco de pasta basta

Y el que crea que exagero, atento a lo que viene. Verídico y vivido por la menda en primera persona. Esto fue una conversación con una colega italiana:
Yo: - “No, en España no se come pasta todos los días. En la mayoría de las casas se come pasta una o dos veces por semana.”
Ella (con cara de estupor y los ojos fuera de las órbitas): – “¡Pobre gente! ¿Pero entonces, qué comen?”


Existen más de 350 variedades de pasta seca italiana


y sigue, y sigue...

Ahora que nadie nos escucha, en mi modesta opinión, y en la de otros especialistas del género de alto predicamento, cual la Jefa (esoenmipuebloesloquedamosalosperros) (no mentaremos aquí al Epigrafista, a ver si por lo menos le continúan hablando a él), tan desmesurado prestigio deriva de la capacidad itálica para vender lodetodalavidadeDios y que además cuesta dos liras, como la invención más grande que vieron los siglos, convenientemente ataviada con el mágico halo de “generación tras generación” y un packaging diseñado por un exbecario de Versace venido arriba. Todo ello a precio de jamón de bellota. Subyugante total.

(Definitivamente esto me va a costar rotura total de relaciones con mis amistades italianas, pero me debo a mi público. Espero que apreciéis la inmolación que estoy haciendo de mi vida social en el altar de este blog).

Que conste que no ignoro las preparaciones regionales italianas más tradicionales, ocultas al gran público (lo dicho, soy kamikaze). A pesar de todo (¿o precisamente por ello?), me reafirmo en lo dicho. Es decir, es cierto que existe una cocina local de calidad más allá de la pasta o la pizza, e incluso a través de las mismas, generalmente ignota para el gran público. Pero tales casos resultarían equiparables, nunca superiores, a los platos patrios. He dicho.

(A estas alturas los carabinieri me han prohibido la entrada en territorio italiano y mis examistades me están haciendo vudú. Por cierto, noto un aguijoneo en los lomos, de golpe y porrazo. ¿Coincidencia? No lo creo.)

No es italiano todo lo que pastuce




Futuros hijos míos: no sólo de pasta vive el hombre, salvo que sea italiano (y ni siquiera todos).
 


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