viernes, 26 de julio de 2013

DOS PEQUEÑAS HISTORIAS DEL “RETONNO”


1.- Estaba el Epigrafista abriendo las ventanas, cuando se encuentra esto:
 
Con un par

Ni que hubiéramos estado fuera medio año…

Nota para curiosos (antes de que me preguntéis qué hicimos con los huevos):
Ante todo habéis de saber que, por lo que respecta a las aves invasoras de residencias urbanas, fui criada en la más estricta intolerancia. Aún recuerdo nítidamente cuando, muy entrada la primavera, los grajos jóvenes procedentes de los nidos del torreón, que comenzaban a ejercitar sus alas, caían en el patio de casaCactusafro y no podían salir. Allí permanecían chillando, incluso días (por supuesto, si no podían salir al principio, mucho más crudo lo tenían según iban pasando los días), hasta que mi abuela la Galochera (no era un dechado de compasión e indulgencia, todo hay que decirlo, pero de las cualidades que adornaron a mi anti-abuela quizás hable algún día) entraba en el patio con la aviesa intención de poner fin a sus penas. De un modo rápido y eficaz, eso sí. No se escondía, precisamente, y Cactusafro lo vió (y oyó) más de una vez.
(Luego me dicen que porqué soy medio insensible. Si alguna vez tuve sensiblería alguna, me la arrancaron a cantazo limpio en el principio sustancial.)

No queda ahí la cosa, sino que también recuerdo que, de los nidos de palomas que alguna vez hacían en los balcones del segundo piso, la Galochera se comió más de un pichón. No en vano pertenecía a una generación mucho más recia que la nuestra, y para ella matar, desplumar, y eviscerar un pichón era tan normal como para nosotros comprarlo en la carnicería. Además, cómo iba a desperdiciar un pichón tan accesible, tan a mano. Si es que se lo ponían… a huevo.
(Nota mental: contar algún día, en cuanto lances juveniles de mi madre la Maestra, los innumerables pollos que mataba y pelaba con su madre Friga en la cocina del restaurante familiar. Si es que ya os digo que era otra generación.) (Y qué ricos debían estar esos pollos…)

Fuimos mucho más clementes que la Galochera. Pero ya no hay huevos, eso sí, que los pájaros no deben anidar en los pisos, y no hay más que decir (aunque, en vista de la ausencia de nido en sentido estricto, más bien parece que andaba apurada, la pobre paloma, y lo dejó en el primer lugar medio apropiado que encontró).


2.- Estaba el Epigrafista en el patio común del edificio, donde se encontraba uno de los vecinos hablando con otra vecina (lamadredeChucky, ahora que nadie nos oye). Interviene en la conversación y pregunta:
-  “Pero… ¿Cuántas veces barre el patio?”
Silencio. Cara de estupor. La vecina dice no entender la pregunta. El Epigrafista, que nunca se ha caracterizado por aceptar la callada por respuesta, insiste:
-  “Pero… ¿Cuántas veces barre el patio? Mire que usted es la que tiende aquí la ropa y bla bla bla…”
Nueva cara de pasmo. La vecina insiste en no entender la pregunta.
Como el tema de la limpieza de las zonas comunes entra dentro de la controversia vecinal, cambia de tema y sube a casa.

Un rato después, me lo cuenta:
- ¿Sabes? Creo que se lo dije en Yojanistano. Me dí cuenta luego.



Futuros hijos míos: si alguna vez vuestro padre se dirige a vosotros en alguna lengua ininteligible, basta con avisarle. Le pasa mucho. Aunque parezca increíble, no se da cuenta. Os lo digo yo, que le he visto hablar en público en guiri, pensando que utilizaba su lengua materna. Cuando le avisé, ya había soltado todo el speech.




P.S. Edito para poner el comentario del Epigrafista sobre los huevos: "Igual es como en aquel episodio de Los Simpsons, en que Bart rescata dos huevos del nido, y los incuba porque se siente culpable de haber matado a la madre, y luego lo que salen de los huevos son dos lagartos asesinos."
¿En la ventana de un tercero de una fachada más lisa que la camisa de Artemisa? Pues va a ser que no.
Lagarto, lagarto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario