¿Qué comeremos hoy? |
(lo sé, macarrones de primero y lentejas de segundo fue un despropósito difícilmente sobrellevable para cualquier persona humana normalmente constituida, mea culpa, pero a ver quién es el guapo que saca materia prima de donde no la hay, y nadie pudo decir que no suplí la falta de variedad con montañas de cantidad).
Pero no se dedica a la cocina imaginativa, como la hija de Drama-mamá, no. Cocina experimental en toda regla. Unas veces sale bien y otras no tanto, pero aquí no nos arredra nada:
¿Que hay que hacer unas torrijas sin trigo, sin leche, y sin huevo? Pues se hacen (y además quedaron bastante buenas, que ya es un clásico de la Semana Santa en casalaMaestra).
¿Que esta receta está muy rica pero engorda una barbaridad? Pues por el principio de mutatis mutandis, ¡Eccoliquá! (tanto es así que más de una vez DerBlaueReiter ha preguntado, alzando una ceja, si “este bizcocho tiene harina harinosa y azúcar azucarada”. Cuánta desconfianza. La duda ofende. Pues claro que NO).
¿Qué había oferta de manzanas en la plaza? (Quién se puede resistir a comprar diez kilos de manzanas a razón de 40 céntimos el kilo… Yo no, para desesperación del Epigrafista, que por cierto, es el que puja por el carrito). Pues toca semana monográfica: pollo con manzana, macarrones con manzana, conserva de compota adobada con especias exóticas (cuanto más extravagantes mejor: si es que me gusta el riesgo, qué le voy a hacer)…
Y así todo.
¿Por qué hacerlo sencillo pudiendo fastidiarla en el último momento? (A veces tengo un ramalazo medio suicida). Aquí se aplica otro principio de la cocina experimental: a la Madreconcarné le gustaría hacer cocina exótica como Dios manda (futomaki, kokaku namasu, bizcocho de pu thê, souflé de cangrejo al coco y curry, pato laqueado a la pekinesa…), pero ante los inconvenientes que se le plantean (intendencia, tiempo, comprensión real de la receta), se contenta con jorobar los platos normales con ingredientes rarunos.
Esto es lo que querría |
Esto es lo que consigo |
Ejemplo de todo ello, es el despliegue culinario que cada año se pergeña por Navidad, con mayor o peor éxito, en casalaMaestra.
- “He pensado que vamos a hacer cuchiflitos en salsa, crêpes de salsifí con cangrejo malayo, y, para los que no pueden tomar leche, gelatina de vermú. – dice la Madreconcarné , que lleva varias semanas recopilando recetas.
- “Buenooooo, estooo, si acaso luego. De momento voy comprando chicharros y un buen morcillo para guisar. Lo tuyo todavía no lo hagas, por si sobra.”
Aparentemente, la simplificación sería buena. Pero la experiencia nos demuestra que es casi peor (lo del año pasado es otra historia, que será contada en otra ocasión).
Total, que acabamos comiendo lo de todos los años, quejándonos de que todos los años comemos lo mismo (no mucho, la verdad es que sólo el personal de cocina se queja de esto), y acabamos tomando licores variados sentados durante horas ante una mesa en la que “llovió bebida y nevó comida”, cual banquete hobbit.
Lo único en que se me permite meter el cazo es en los postres. Tengo que tener la previsión de comprar una calabaza gigante en noviembre, para estupor del Epigrafista, que es quien la ha de portear cual Tenzing Norgay de nuestros días. Y como entonces, quien se lleva todo el mérito de la escalada, digo de la tarta, es la Madreconcarné y nadie se acuerda del sherpa, que digo yo que también habrá subido la montaña, que en la foto se ven dos señores (ala, ya lo he dicho, que aún recuerdo cuando Cactusafro lo preguntó y nadie supo contestar).
(Aprovecho la ocasión que me brinda este blog para pedir disculpas a los afectados por la tarta de manzana del año pasado. La elaboré siguiendo el mismo método que la de calabaza, pero se ve que las calabazas y las manzanas no siguen las mismas leyes gastronomo-físicas (¿serán manzanas cuánticas?). En mi descargo tengo que decir que… había oferta en la plaza de manzanas a 40 céntimos el kilo.)
No vamos a insistir en el aprovisionamiento alimentario (rozando el acaparamiento especulador) que desborda las alacenas de la cocina y las de algún otro cuarto. Aquí confluye la natural tendencia al acopio de la Madreconcarné , el instinto maternal (léase prevención del odio por hambre patrocinada), y ese afán por aprovechar hasta las migas que, quién sabe de dónde le viene. Se diría que pasó la postguerra traficando con cartillas de racionamiento (nota mental: lo de las cartillas de racionamiento, el fielato y los recursos alimentarios de Boanerges en medio de las restricciones, merece una entrada para ello solo). Tampoco soy capaz de cocinar cantidades normales, sólo me sale en versión maxisize. Algunas veces lo intento seriamente, de verdad que sí, pero por algún misterioso efecto madrecarnetil, en el laboratorio las perolas se colman, los moldes desbordan y el motor de la Thermomix a duras penas puede moverse.
Esto nos lleva a otra de las normas que rigen en el laboratorio: casi todo es comestible y aquí no se tira nada. (“¡Madre mía! ¡Pues sí que tenía que ser malo para que tú te lo dejaras entero!” La Jefa dixit, tras ser advertida por la Madreconcarné de que nunca fuera al Dunkin Donuts). Las inmensas potas de lentejas dan para varios tarros de a kilo, en conserva. El pollo que no os comisteis hoy, os espera en el congelador dentro de una o dos semanas. Los restos también pueden reencarnarse en terrinas o en imaginativas sopas, platos que bien podrían denominarse “informe semanal”. ¿Qué la tortilla quedó seca? Tortilla en salsa. ¿Qué este jamón salió salado? Pues tiramos de Thermomix y son virutas de jamón, el condimento perfecto para la crema de calabacín. ¿Qué esta masa de brioche se negó a subir? Pues se corta en rodajas muuuy finitas y son biscotes para desayunar.
Cualquiera creería, al leer esto, que la Madreconcarné es un MacGyver de los fogones. Bueno, modestamente, algún triunfo tengo en mi haber, pero la menda es mayormente el Rambo de las máquinas (porque sí, puedo darle al bolo mogollón, pero vaga soy un rato). El laboratorio es el imperio del artilugio. Cómo podía yo sobrevivir antes de mi tostadora-gofrera-plancha, por favor.
¡Tengo una máquina nueva!
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Por mal que se nos den algunas cosas (el arroz me tiene manía, snif, con lo bien que le sale la paella a Tom Bombadil), en el laboratorio rigen algunos principios gastronómicos incuestionables: la pasta, al dente (ya nos extenderemos sobre esto); el chocolate, del de aquí, bien espesito y con un toque de azúcar vainillado; la morcilla, sin arroz (puede llevar calabaza, patata, piñones, miel y hasta algas peruanas, pero si lleva arroz, en esta casa no tiene nombre de morcilla sino de paella); la barbacoa es cosa de gran entidad; y, finalmente, los que quemaren el ajo voluntariamente (por pensar que la receta es así), serán enviados al correspondiente campo de reeducación de prisioneros hasta que reconozcan su culpa y reparen su error (Il Dottore dixit).
Finalmente, una sentencia gastronómico-vital de mi abuela Friga: “el que no vale para comer, no vale para trabajar”. Es un principio inmortal e infalible, y he comprobado su validez todos los días de mi vida. Así como yo lo recibí, os lo transmito, futuros hijos míos. Y me permito añadir que la persona hecha y derecha que no vale para comer, no vale para casi nada (ni para trabajar, ni para divertirse, ni para atropar billetes de mil duros). Haréis bien en desconfiar y estar ojo avizor.
(Esto me recuerda el test de sondeo realizado al Epigrafista como primera maniobra: tortilla de patata y morcilla de la de mi pueblo. Test que, he de decir, pasó con nota. Mucho después, enterada la Maestra , declaró que se había vendido barato. Gracias mamá.)
Futuros hijos míos:
1.- Podéis tener la alergia alimentaria que queráis, que ya vuestra madre tiene controlada la leche deslechada, las magdalenas de pollo biológico y la tortilla de patata sin huevo ni patata, y ya puestos, sin sartén.
2.- A ver si aprendéis de vuestro padre, que se lo come todo sin rechistar (¿qué querrán decir esas furtivas miradas de congojo?).
3.- En esta casa hay ciertas normas para comer: la comida de comer, se come. La comida de probar, puede no comerse toda, pero es obligatorio probarla. Distinguir la una de la otra es fácil. La comida de comer es la que os pongo en la mesa a las horas de comer.
4.- En la vida hay que saber hacer un poco de todo. Nunca se sabe lo que será importante. Mira por dónde, acabaron siendo útiles aquellas tortillas de patata…
Eh, oiga, no se me vaya sin corregir la siguiente expresión:
ResponderEliminar"...ni para ATROPAR billetes de mil duros..."
Las cosas en su justa expresión, ea.
Tom
P.S. En realidad los arroces se me resisten bastante, y la paella me suele quedar bien una de cada tres. Se ve que tuviste suerte cuando la probaste.
Cierto, cierto, enseguida edito.
ResponderEliminar"En realidad los arroces se me resisten bastante"
No dicen eso tus hijos.
Una notita chiquitita: el Epigrafista se come de todo, con unas pocas excepciones: no le gusta a la mayonesa - y por extensión la ensaladilla rusa - y al revés. Pero y pensándolo mejor, dicho axioma se aplica sólo en los casos siguientes: 1. mayonesa del supermercado; 2. mayonesas no hechas por la Madreconcarné.
ResponderEliminarEstimado Epigrafista: eres un pelota.
ResponderEliminarVeo que continúas sabiendo lo que te conviene
Halaaaaa lo que he encontradoooooo!!
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=RQkdB49hBTc#at=106
El Ente lo va a flipar en colorines!!