A media
mañana me entró un impulso tan irrefrenable de comerme una buena lata de
sardinas en aceite, que ríete tú del anuncio
del susodicho impulso. (Nota mental percibiendo el olor de sardinas pringosas irremediablemente
adherido a mi piel para todo el día: perdida estoy, jamás un desconocido me
regalará flores en plena calle, snif). Asín que, ni corta ni perezosa (bueno,
un poco corta sí que soy, y vagueras un rato largo, así que no he dicho nada), me
dirigí en el ipso flauto al supermercado más cercano.
Una vez
allí, como no, no me conformé con comprar una lata de sardinas. No así. Nunca tal. (¿He
mencionado ya la tendencia
acaparadora y que tengo activado el gen “compro y cocino como para dar de
comer a varios cienes de regimientos recién llegados de una travesía por el
desierto de Atacama”?). He comprado exactamente cinco latas de sardinas en
aceite, seis de atún en aceite de oliva y dos de mejillones en escabeche. Todas
de tamaño maxi. No compré más porque me pesaba mucho, y confieso que llevo ya
un rato pensando en volver y arrasar con las existencias. Atención, pregunta:
¿De qué era la oferta del día?
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Qué mal lo hubiera pasado yo |
Lo que me
ha impulsado a poner dicho despropósito en el blog sin perder un instante (una
vez satisfecho mi antojo sardinil, claro está, mira que si Futuros Hijos Míos
me salen con lunares pistiliformes…), ha sido la escena de la caja.
A lo que
la cajera responde, sin torcer el gesto y con la naturalidad más increíble del
mundo:
- “Claro
que no, señora, a mí me la re, me da igual.”
Me paré a
examinarla. Si no fuera imposible, juraría que era ella.
Futuros hijos míos:
1.- Cuando
vuestra madre tiene hambre, dadle de comer enseguida. Es lo contrario que en la
película Gremlins. Si no la dais de comer, se convertirá en esto:
(¿He
hablado ya del respeto que me infunde el hambre
patrocinada?)
2.- Ir por
la vida echándole morro está muy bien siempre que el susodicho morro no sea
utilizado para ir atropellando a los demás. Resumiendo: avispado, si.
Trepa/avasallador, no.