FLASHBACK DE LOS TIEMPOS LEGENDARIOS, II
Los flashbacks no tienen orden ni concierto, querido público, yo los voy escribiendo según se me vienen a las mientes.
En esta ocasión, nuestra heroína la Condottiera se encuentra en los Museos Vaticanos. Pero no en la parte de fuera, cual si de público común y corriente se tratare (será por las poquísimas veces que me recorrí los siete kilómetros de pe a pa). No, en la de dentro. Concretamente en uno de los talleres de restauración.
Todo procede, de nuevo, de una cena en casa del Dottore (si, algún día llegaremos a eso. Ya sabéis, es otra historia y será contada en otra ocasión), donde conocí a… vamos a ver… como será otro que seguramente nunca más aparecerá en el blog, vamos a llamarlo Monsieur Gladius.
El señor G., muy amablemente, me ofreció visitar el mencionado lugar (no sé qué os lleva a pensar que yo tuviera nada que ver, ni que hubiera apelado al socorrido posyaque: posyaque vas a estar ahí…).
Tras un ameno recorrido por todas las estancias a las que tenía acceso (y a las que no, asomamos la patita por debajo de la puerta), nos paramos ante una macrofosa con tuberías que había en el suelo.
- Es para las esculturas de mármol. Mira, acaban de sacar al Augusto de Prima Porta.
Así era |
(Momento flashback dentro del flashback: el Mellao haciendo el Augusto de Prima Porta con una camiseta plegada y el mango de un pico, en el reborde de la 8 -antes de que llegáramos a profundidad 7 metros , se entiende- unos cinco o seis años antes, siendo contemplado por Palas Atenea y sus compañeros haciéndose la croqueta de risa. Se cierra el flashback del flashback.)
- Puedes tocarlo, no muerde.
- Nena guuuuuta, guuuuuta pimapota, pimapota baaaaapo.
- ¿?
- Nada, nada, cosas mías.
Han pasado cinco meses y nuestra heroína la Condottiera se encuentra con el Bardo, el Hooligan, el Mellao y demás cuadrilla. Como quien no quiere la cosa, fingiendo displicencia, dice:
- Pues sí… con el Augusto de Prima Porta… como te lo digo… así, como te estoy viendo a ti. Qué suavecito es…
P. S. Más tarde me enteré que el señor G. pertenecía a la más alta nobleza y que su abolengo era cuasi infinito. Nunca hizo alusión alguna. Ni la más remota. Bien por G.
Futuros hijos míos: ¡MOLÓ UN MONTÓN!
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