Cual Mulder y Scully del siglo XXI, la Madreconcarné y su consorte Epigrafista se hallan inmersos en la búsqueda de seres hasta ahora desconocidos.
Ya constan en las crónicas de los tiempos legendarios, aunque como meras menciones, apareciendo en los registros por primera vez, si no recuerdo mal, en las laderas del Circo Máximo, cuando la preMadreconcarné y el Epigrafista se conjuraron en su búsqueda.
Estos seres ignotos no son en modo alguno entelequias de la mente, y han sido avistados por otros. En todos los casos los avistamientos han sido comunicados por progenitores debidamente encarnetados. En consecuencia, la Madreconcarné y el Epigrafista atisban insistentemente el horizonte embargados de anhelo e infinita paciencia a partes iguales.
No será la Madreconcarné quien afee a dichos individuos su conducta, pues hasta ahora han venido escudándose en el más estricto anonimato con la pertinacia que es del caso. Así es, futuros hijos míos. La discreción es una virtud infravalorada en este mundo nuestro, enmarañado de redes sociales y perfiles internetes, donde hay especímenes se creen con derecho a proclamar ante el mundo, con todo lujo de detalles, que primero avanzan un pie y luego el otro (seres ignaros y pretenciosos: no así vosotros). Vosotros no os dejéis avasallar y revelaos sólo cuando los planetas estén debidamente alineados, las manchas del sol en su cénit y la inclinación del eje terrestre sea adecuada. Vuestros esforzados progenitores están a la expectativa.
Futuros hijos míos: sólo os pido una cosa, que no os llaméis Samantha o Jhonatan. Por favor. Os lo imploro. Pero si la fatalidad así lo quiere, que así sea.
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