Pedestre y todo, la Madreconcarné desafía lo que haya que desafiar. En el episodio de hoy, a la Real Academia de la Lengua. ¿Así que “hembra que ha parido hijos”, eh? ¡Las narices! ¡Yo tengo un nombramiento oficial! ¡Llenito de sellos! ¡Con todos los parabienes que son del caso! ¿Y me pueden decir porqué para ser padre basta con engendrar? ¿Es que una mujer embarazada todavía no es madre pero el que la puso en tal estado, por el contrario, ya es padre? ¡Me río yo de los peces de colores! ¡Habrase visto tamaña discriminación? ¡El epigrafista tiene el mismo certificado que yo y tomamos posesión el mismo día! ¡Cuidadito con nosotros…!
En otro orden de cosas, lo de que el buscador de Google pase de los acentos, va a ser una puñeta, me temo.
Y ahora pasemos a la cuestión: el espécimen en estudio adolece de personalidad múltiple, cualidad que la impulsa a los extremos más insospechados. A saber.
Interpelada, la Madreconcarné dijo no creer en la reencarnación. ¿Por qué? “Porque me niego.” (Madreconcarné dixit).
No hay que buscar razones. Es como la volubilidad del clima. Es como la inexorabilidad del tiempo. Es como las leyes de la naturaleza. ¿Por qué existe ley de la gravedad? Pues porque existe. Es así. Algún avezado científico se pondría las gafas de pensar y diría: “porque si no, estaríamos flotando por el aire, no habría ni fauna ni vegetación, todo el agua suspendida por ahí sin mares ni ríos, y, en último término no sería posible la vida sobre la tierra.” Cuidado, listillos. Es mejor no hurgar. Mejor no meneallo. A lo peor, es una de esas cosas. Igual si la Madreconcarné no tuviera personalidad múltiple, no sería posible la vida sobre la tierra.
Futuros hijos míos:
1.- Ya os habréis dado cuenta que de nada vale deciros que vuestra madre es así o asao, pues la única norma que vale es que es un ser mutante.
2.- Ahora que nadie nos escucha, tened a mano algo de música celta. Es de las pocas cosas que la ponían de buen humor. Esperemos que esto no haya cambiado.
3.- Es carné, carné tal cual. Sin “t” al final. Espero que lleguéis a hablar francés mejor que Chateaubriand, y que no hagáis más de dos o tres faltas en la dictée de Merimée, pero a cada idioma lo suyo.
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